EL TRAGO DE HEMINGWAY
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El 20 de junio de 1898, las tropas norteamericanas que intervinieron en la guerra hispano-cubano-americana desembarcaron en las playas de Siboney y Daiquirí, cerca de Santiago de Cuba, «cuando era más fuerte la canícula», recordó el ya fallecido presidente de la Academia Cubana de la Lengua, Salvador Bueno, en un artículo sobre el tema.
Con uniformes de invierno, los norteamericanos casi se deshidrataban al desembarcar, y sólo los salvó una bebida refrescante que les brindaron las tropas independentistas, «la canchánchara», compuesta de ron, agua, miel y limón.
La idea fue tomada por otro norteamericano, Jinning Cox, administrador de una mina de hierro de la zona, quien eliminó el agua y le añadió unos cubitos de hielo, bautizándolo como «ron a la daiquirí», de lo que quedó simplemente el nombre de «daiquirí».
Se atribuye a Emilio González -el genial Maragoto-, cantinero de origen español, el haber llevado la fórmula del cóctel al hotel Plaza de La Habana. Pero lo cierto es que quien lo inmortaliza es el cantinero Constantino Ribalaigua Vert -el gran Constante-, en El Floridita, la reconocida cuna del daiquirí.
De las hábiles manos de don Constante nació el «daiquirí frappé», una versión «polar» del primer daiquirí a la que el cantinero agregó una gotas de marrasquino y lo pasó por una batidora eléctrica, dándole un aspecto de copo de nieve.
Era precisamente de ese cóctel del que Hemingway «tragaba» hasta media docena de un tirón, hasta sospechar que era diabético, pese al desmentido de los médicos.
Obsesionado por no ingerir azúcar, Hemingway y Don Constante modificaron el daiquirí frappé, le suprimieron el dulce y doblaron la cantidad de ron. Nació así el «Daiquirí a lo Salvaje», que luego se llamó «Daiquirí a lo Papa».
«El ‘Daiquirí a lo Papa’ se convirtió en una fuente tal de inspiración para el Premio Nobel de Literatura, que «a veces llevaba un termo para que se lo llenaran religiosamente de su brebaje preferido», recuerda el libro La leyenda del ron.